Contra la filosofía

por | 15 de marzo de 2022

«Díganme, entre quienes han defendido tan solemnemente la filosofía en las últimas semanas, ¿cuántos invierten su tiempo en leer filosofía?»

por David Mejía en The Objective

El Gobierno ha decidido eliminar la asignatura de filosofía del currículo de cuarto de la ESO. Es una tragedia que marca el comienzo de la degeneración de una raza: los españoles ya no serán los ciudadanos despiertos que hemos conocido hasta ahora. Se va la filosofía de cuarto de la ESO y con ella el pensamiento crítico o, lo que es lo mismo, la ciudadanía libre… Perdón, no sabía cómo empezar esta columna. Supongo que quería contrarrestar el espíritu general con un poco de guasa. Confieso que me han irritado más las reacciones a la exclusión de la asignatura de filosofía que la exclusión en sí; la solemnidad y la cursilería me duelen más que la ignorancia. Y cada vez que escucho una apología de las propiedades mágicas de la filosofía me sublevo.  

No hay en España un contertulio o vecino del quinto que no se haya llevado las manos a la cabeza clamando contra la última ocurrencia del Gobierno: «¡La filosofía nos enseña a pensar!» «¡El Gobierno prescinde del pensamiento crítico!» «¡Quieren una ciudadanía aborregada y manipulable!». Me permito un complemento parentético a la frase de Michi Panero: «En esta vida se puede ser todo menos un (solemne) coñazo». Entiendo que denunciar un crimen de lesa educación queda pintón, pero debemos cuidarnos de incurrir en ciertas majaderías. Los buenos ciudadanos, los más críticos, no son los cultos, sino los curiosos, los que no temen cambiar de opinión. 

Quien viva con la esperanza de que leer a Aristóteles va a sacarle de tonto se equivoca. Del mismo modo que la lectura de la Biblia no le vuelve a uno más benévolo, ni más compasivo. En esto la cultura se parece más al alcohol que a la gimnasia: el pedante se crece, el humilde se encoge, el tonto se duerme. La cultura refuerza y moldea lo que ya somos. 

Díganme, entre quienes han defendido tan solemnemente la filosofía en las últimas semanas, ¿cuántos invierten su tiempo en leer filosofía?  ¿Y no es extraño que quien considera la filosofía un antídoto contra la manipulación le dedique tan poco tiempo? En cualquier caso, leer filosofía para ejercitar el pensamiento crítico es como comer jamón de jabugo por su alto contenido en sodio y proteína.

La filosofía estaba en la EGB, y en los anteriores planes de estudios franquistas. Es cierto que la LOGSE rebajó la exigencia, pero ahí siguió la filosofía. ¿Acaso los miembros de aquellas cohortes son (somos) ciudadanos más críticos? Por más que me esfuerzo, no logro detectar el poso que la filosofía escolar ha dejado en Pablo Casado o en Pedro Sánchez. Y casi mejor. Martin Heidegger, gran lector de filosofía y uno de los pensadores más importantes del siglo XX, estuvo afiliado al partido Nazi hasta su disolución. Conclusión: no por mucho filosofar se amanece menos nazi.

La cultura tiene motivos más nobles que el pensamiento crítico o que la convivencia cívica. ¿Deben eliminarse las humanidades de los planes de estudio? Evidentemente, no. Pero deben defenderse con argumentos más dignos.

La lectura de novelas, de poesía o de ensayo filosófico es, ante todo, una manera de divertirse. Concedo que no siempre es fácil, pero la lección más importante para un alumno de humanidades es aprender a desvincular lo placentero de lo fácil. La misión de un docente no es recitar el manual de filosofía, sino infundir curiosidad y fomentar hábitos que permitan desarrollar la capacidad para el disfrute. No enseñe a sus alumnos a pensar, enséñelos a esforzarse para que alcancen la cima de la cultura, que no es otra que el placer. De camino aprenderán a manejar el pensamiento.

Y ante todo, no seamos pesimistas: una sociedad que ha asimilado el running y el crossfit ha aprendido que hay placer en el esfuerzo. Pero nadie se estrena en el deporte apuntándose a un triatlón; la afición al deporte comienza jugando. Y así debe empezar toda travesía cultural. No poniéndose digno con la importancia de leer a Cicerón a los doce años, sino buscando inspiración en un tebeo o un libro de Harry Potter. No hay que enseñar a nadie a pensar, sino a cultivar el difícil hábito de estar sentado y en silencio, con una ventana abierta al infinito.