El mundo no es laico

por | 6 de febrero de 2019

Publicado el 4 diciembre, 2018 por El sónar

La Europa secularizada es bastante miope respecto al fenómeno religioso. Tiende a pensar que el olvido de la religión es un signo de progreso y que cuanto más se la confine a la esfera privada, mejor. Pero basta la demografía para desmentir la idea de vamos hacia un mundo secularizado en el que la religión contará cada vez menos. Las zonas del mundo con más crecimiento demográfico son también las más religiosas. Las religiones con muchos creyentes en países en desarrollo –con altas tasas de natalidad y mortalidad infantil en baja– son las que más se expandirán.

Según estimaciones del Pew Research Center, los musulmanes son los que tienen una tasa de fecundidad más alta, con una media de 2,9 hijos por mujer; le siguen los cristianos, con 2,6; los hindúes y los judíos, con 2,3, y en la cola están los “sin religión”, con 1,6, lo que no asegura la sustitución de generaciones. El baby boom es más destacado entre los musulmanes, que son el 24% de la población mundial pero proporcionan el 31% de los nacimientos; en cambio, los “sin religión”, que son el 16% de la población, solo aportan el 10% de los nacimientos, pues están concentrados en zonas envejecidas y de baja fecundidad (Europa, China, Japón).

Para entenderse con el resto del mundo, hacer negocios y coordinar políticas, Europa no puede perder de vista que la religión es un factor social influyente en muchos países, un factor que hay que entender y valorar. Y la incultura religiosa no ayuda. Así lo hace notar un informe interno del Ministerio de Asuntos Exteriores holandés, que ha sido filtrado al semanario Katholiek Nieuwsblad y traduce Crux.

Holanda es un país que vive de las exportaciones y de los lazos financieros con muy diversos partners de todo el mundo. Por eso es de vital importancia que sepa comprender sus culturas, lo cual incluye la religión. Sin embargo, Holanda es una de las sociedades más secularizadas del mundo y, según dice el documento, “corremos el riesgo de tener un sesgo secular y de carecer de cultura religiosa”.

Esto es un obstáculo para una diplomacia eficaz. “Si el Ministerio de Asuntos Exteriores entiende mejor la religión y las tradiciones religiosas, desarrollará una política exterior más competente. En un mundo que está experimentando un renacimiento de la religión, necesitamos invertir más en conocimiento y aptitudes en esta área”, advierte el informe.

Los embajadores holandeses, interrogados por la Unidad de Asesoramiento Estratégico, del Ministerio de Asuntos Exteriores, reconocen que un conocimiento básico de la religión “es esencial para una política exterior sólida y efectiva”, y muestran su deseo de estar mejor capacitados en este campo y de compartir información.

El informe hace varias recomendaciones finales, entre ellas, que todos los nuevos diplomáticos reciban una formación en materia religiosa. “Parte de esta formación sería un elenco de los principios importantes de las religiones y una explicación de los prejuicios seculares holandeses”. También se sugiere que el Ministerio incluya a las organizaciones religiosas en su red de contactos internacionales.

Cuando se ha conocido el documento, algunos políticos han criticado que el Ministerio no haya puesto aún en práctica las recomendaciones del informe, que data de diciembre de 2017. El democristiano Martijn van Helvert ha comentado: “Mientras que en el resto del mundo es completamente normal hablar de religión, a nosotros nos parece raro, porque pensamos que no es moderno. Y en consecuencia, no somos capaces de entender importantes signos de otros países”.

Ante esta necesidad de cultura religiosa para mejorar la diplomacia holandesa, resulta más trasnochada la alergia a la enseñanza religiosa en la escuela que la izquierda española no acaba de superar. Todo nuevo gobierno socialista –y el actual no es una excepción– se propone expulsar los conocimientos religiosos del plan de estudios como si pudieran contaminar las mentes de los alumnos. No solo se ponen obstáculos a que los alumnos reciban voluntariamente en la escuela la enseñanza religiosa que sus familias desean. También se omite cualquier formación sobre el hecho religioso, como no sean algunos tópicos repetidos sobre la Inquisición o Galileo.

El resultado son generaciones que además de ser incultas en materia religiosa, piensan que esto es lo moderno. Cuando estos alumnos sean profesionales e intenten establecer relaciones comerciales y culturales con gentes de otros continentes van a descubrir que no basta saber inglés. Para comprender otras culturas –y también la propia europea– hay que entender, entre otras cosas, las creencias religiosas que las han moldeado y que siguen influyendo hoy. De este modo se previenen los enfrentamientos que tantas veces surgen del desconocimiento del otro. La ignorancia –también la religiosa– ni es moderna ni es laica