Es pequeña. Para hablar de sí misma no usa «joven», usa «pequeña». 22 años, a la sazón. A falta de entregar el TFG para poder decir, con todas las de la ley, que es trabajadora social. Pero con cuatro años a sus espaldas de trabajo social del de verdad, del de hacer algo. La historia de Alejandra Acosta es la de una chica normal que decidió embarrarse por pura convicción personal y se metió en el peor de los charcos: el de la trata de personas.
«He conocido cosas del ser humano que me dan ganas de vomitar negro», reconoce, y su gesto es el de alguien que, efectivamente, ha visto lo que nadie quiere ver. Ha conocido a chicas como ella que han sido esclavas sexuales durante su adolescencia, a adultas que han salido del más sucio de los agujeros y ni siquiera son conscientes, pero todo empieza mucho antes de eso. Todo empieza con una conferencia, con muchas lágrimas y con una ruptura.
Tenía 18 años y estaba en primero de carrera cuando se acercó, casi por casualidad, a un congreso de lo suyo. Le llamó la atención el nombre de una de las charlas: Esclavitud en tu ciudad, y entró con una mezcla de escepticismo y curiosidad. «Suena a ignorante, pero es que hace cinco años el tema de la trata era cero sonado», reconoce, «¿cómo iba a haber esclavitud en Madrid?».
El caso es que allí conoció la historia de una chica nigeriana de 17 años a la que una organización había rescatado de una red de explotación sexual y se abrieron las compuertas. «No soy una persona demasiado emocional, pero no podía parar de llorar y de darle vueltas», recuerda. Noches sin dormir y mucha reflexión más tarde, llegó una ruptura de pareja que terminó de hundirla en sí misma.
«Me centré en mi carrera, me encerré en la biblioteca a buscar libros sobre trata de personas«, cuenta. Y leyó y leyó durante horas, seis meses de perspectiva política, económica, social. En su cabeza se iba fraguando una idea que se hizo realidad el día que conoció a Priscila, hoy su mejor amiga, que sin saberlo también había acusado los efectos de aquella charla. Había nacido Break the Silence, el germen de un proyecto que se convertiría en la motivación de su vida.
De tú a tú con los más jóvenes
Y sigue siendo pequeña. Pero eso, para ella, es más una ventaja que un inconveniente, porque frente al «qué me va a venir a contar esta niña» de los adultos está su target, los adolescentes, que la reciben con la mente mucho más abierta que frente a un profesor. Break the Silence ha desarrollado, de momento, una de las patas de su trípode fundacional: la prevención.
Más de 5.000 estudiantes de entre 14 y 21 años han escuchado a Alejandra Acosta hablarles de prostitución, esa palabra que genera horror y morbo a partes iguales, de consentimiento… en definitiva, de sexo. «Muchos directores de colegio se sorprenden de que vaya a plantear conceptos así a chicos tan jóvenes, pero oiga, su hijo consume porno desde los 12 y no es virgen desde los 14, estamos educando en el siglo XIX a chavales del siglo XXI», alega ella.
Todo arranca con 45 minutos de charla, pero el resultado a veces es mejor del esperado: «A lo mejor a la mitad les ha entrado por un oído y les ha salido por el otro, pero yo tengo caras de chicas que se me han acercado y me han dicho: ‘Oye, yo me he sentido abusada, estoy pasando esta situación’. Con algunas tengo relación, he visto cómo han caído de nuevo en manos de su agresor, he llorado con ellas. Para mí ese es el impacto que queda». Porque la clave es que esa chica morena que viste de mayor les habla en su idioma, es como ellos, y le cuentan lo que le contarían a una amiga. «Es una tirita, claro, pero que al menos tengan la vacuna del conocimiento», dice, «por estadística, la mitad acabará consumiendo prostitución, pero al menos que sepan lo que compran».
De Rumanía a México para poner rostro a las cifras
Su filosofía no es cambiar el mundo, sino su entorno, y para ello ha conocido la realidad de dos países con cifras de explotación sexual que pondrían los pelos de punta a cualquiera. Aprovechó su Erasmus en Rumanía para entrar en un centro de la organización Reaching Out Romania, que rescata a chicas de entre 13 y 22 años de las redes de tráfico de personas. «Allí fue realmente donde entendí el delito de verdad», reconoce, «a las victimas y a los victimarios, me ayudó a ver el dibujo mucho más grande. No es ‘ella, pobrecita y él, qué malo’, es muchísimo, muchísimo más amplio que eso».
Alejandra puso cara a su discurso y su discurso nunca volvió a ser el mismo: «Estoy aprendiendo a no revictimizarlas deshumanizándolas con palabras grandilocuentes». Allí también comprendió cosas terribles, como que las heridas de la esclavitud sexual no sanan nunca, o como que hay víctimas tan jóvenes que ni siquiera entienden el horror por el que han pasado, que han normalizado la violación hasta tal punto que casi no existe trauma. «No son la víctima perfecta, vienen con esa etiqueta que se ponen ellas mismas de ‘puta empoderada’, de ‘esto lo hago yo porque quiero’ pero me siento explotada por mis condiciones laborales», explica, «y sólo años después comprenden que nunca quisieron hacerlo».
Y de Rumanía a México con Unidos contra la trata, la mayor organización de rescate de personas víctimas de tráfico humano. Allí conoció a Neli Delgado, a quien un hombre prometió el oro y el moro del amor y que se encontró prostituida y encerrada en alguna ciudad perdida. Y a Mixi Cruz, que acabó igual, solo que engañada por un familiar en lugar de por un novio. Ha visto cosas del ser humano que le dan ganas de vomitar negro, sí, pero se queda con esas otras, las que cambian las cosas, que siembran un halo de esperanza.
De sus charlas, breves pero efectivas, a veces nacen ciclos de conferencias en colegios e institutos, a veces estrategias de género, a veces sólo una semilla como la que puso en ella aquella historia de una chica nigeriana esclavizada en una calle española cualquiera, por el vecino de cualquiera. Porque sí, hay esclavitud en tu ciudad, ella misma lo ha vivido de cerca: acabó descubriendo que la «buena familia» de esa conocida con problemas personales vivía del proxenetismo.
‘Lobby’ político y trabajo con víctimas en el horizonte
A lo largo de su carrera, Alejandra ha participado ya en debates incluso en el Vaticano, en los que ha demostrado que su juventud sólo añade futuro a su futuro. Recientemente ha participado en el proyecto Equality, con el que Trivu (anteriormente Pangea), ecosistema internacional de talento con mentalidad joven, y Sodexo, líder mundial en servicios de Calidad de Vida, han buscado 10 mujeres de entre 18 y 26 años destacadas en sus ámbitos profesionales y «líderes del mañana» de todo el mundo, con el objetivo de dar visibilidad al impacto que están generando en la sociedad y empoderarlas para encontrar soluciones que mejoren la calidad de vida de las mujeres a través de diversos talleres.
En el horizonte de Break the Silence, dos objetivos: el lobby político, que ya se sustancia con reuniones con las alas más jóvenes de los partidos; y apoyo para la reinserción de las víctimas, porque si algo ha aprendido es que el abolicionismo debe venir acompañado de nuevas perspectivas laborales, si no, está cojo. Todo, siempre, desde la duda de quien es «pequeña» y no para de aprender. Pero también desde la convicción de alguien que quiere cambiar algo para cambiarlo todo. «No sé cómo lo voy a hacer, pero lo voy a hacer», dice, y de su voz se desprende que lo hará, así se embarre hasta la coronilla.