Bruno Pardo Porto
ABC Cultural:
La cita es archiconocida: «Sin música, la vida sería un error». No es extraño que Nietzsche, que entre otras cosas era un genial aforista, dejara tan bello testamentos a los melómanos, pues antes de embarcarse en la ardua tarea de revolucionar el pensamiento occidental, cuando era un zagal de apenas diez años, compuso su primera sonatina. Al filósofo le gustaba la música y a la música terminó por gustarle el filósofo, aunque no el compositor, faceta por la que fue poco menos que defenestrado. A todo este embrollo dedica la Fundación Juan March su último ciclo, que se clausura este miércoles. «El universo musical de Friedrich Nietzsche» es un repaso a través de la música de un pensador único, que pretendió construir un nuevo orden de valores a través del arte, confiando en la todopoderosa clave de sol como instrumento fundamental. Entender a Nietzsche sin la música sí que sería un error.
«Nietzsche interpretaba el arte como el poder de configurar, de imprimir una forma, de hacer nacer un orden donde no lo había», escribe el catedrático de filosofía contemporánea Diego Sánchez Meca en la introducción al ciclo. Dentro de las artes, la música era la herramienta más poderosa, aquella capaz de arañar mejor que ninguna la superficie para tocar las fibras del espíritu e imprimir una nueva sensibilidad, una mirada vitalista que desechara cualquier anhelo de vida ultraterrena en favor del aquí y el ahora. «Él busca una música que realce el gozo, la alegría y la afirmación de la vida», añade el experto en conversación con ABC. Todo lo que no sirviera a ese fin, era rechazado por el alemán. Y así, sin entrar en las rencillas personales, se entiende parte de esa historia de amor y odio con Wagner, que también forma parte de la programación del curso y que necesitaría un tomo bien pesado para comprenderse en su totalidad.
Un compositor con limitaciones
Nietzsche volcó parte de su pasión musical como compositor, una faceta con la que apenas cosechó unas palabras condescendientes de Wagner y su esposa Cosima y una crítica demoledora que marcaría la (mala) opinión futura. «Su «Meditación de Manfred» es lo más extremo en extravagancia fantasioso, lo más fastidioso y antimusical que me he encontrado desde hace años ¿Se trata de una broma? (…) Desde el punto de vista musical, su meditación solo tiene el valor que en el mundo moral tiene un crimen», le espetó el director de orquesta Hans von Bülow.
¿Pero acaso era tan malo? «El propio Nietzsche tenía una idea bastante clara de sus limitaciones musicales, pero en su obra hay de todo. Sus trabajos más interesantes se producen en el terreno del lied, de la canción. Son sencillas y con una factura que merece la pena», zanja el compositor Eduardo Pérez Maseda, autor de las notas al programa del curso.
Más allá de las notas, Nietzsche también quiso impregnar sus textos de musicalidad, un empeño que no era solo un mero alarde estético, sino una forma que determinaba el contenido de las ideas. «Él consideraba que entre sílabas y palabras se establecía un ritmo que es fundamental para escuchar las ideas. Pensaba que para que uno se compenetrara con esas ideas tenía que recitarlas. Quería crear un mensaje filosófico nuevo y ello tenía que reflejarse en el estilo», subraya Sánchez Meca. Este interés lo dejó claro el propio filósofo cuando dejó escrito que «quizá deba contarse todo el Zaratustra bajo el epígrafe de «música»». Una boutade de un provocador nato.
Sea como fuere, el Zaratustra terminó convertido en poema sinfónico de manos de Richard Strauss. También inspiró a Mahler, que le dedicó el cuarto movimiento de su tercera sinfonía. Y Carl Orff, que lo adaptó en su primera gran obra, una cantata para barítono, tres coros y orquesta. No fue el único texto de Nietzsche que saltó de las páginas a las partituras. Lo mismo ocurrió con su poema «Heiter», que Webern convirtió en un lied. También Paul Hindemith jugó con varios de sus escritos… El filósofo musical y compositor desprestigiado encontró, al fin, un hueco en los auditorios. «Nietzsche afectó a todos, no solo a los músicos, sino también a los creadores literarios y plásticos. Fue un motor para las vanguardias», remata Sánchez Meca.