Algunas cuestiones e interrogantes suscitados a partir del último caso (que ha acabado en muerte), y la polémica reabierta.
Carol Díaz-Espina 6 de abril de 2019
1.Hay soledades que matan. Al parecer, el amor era tan grande que acabó con su vida para que no sufriese. Sin embargo, el detonante fue la negativa de la Administración a concederle una plaza en algún lugar donde atenderla a ella mientras él se sometía a una operación necesaria. Quizá no fue solo amor; quizá fue también soledad. Una vez más, los mecanismos públicos de atención fallaron. Y ya son muchas veces.
2. Institucionalizar el derecho a morir implica institucionalizar el deber de matar. Se quiere acabar con la vida porque no se quiere sufrir más. Pero que acabe otro (de ahí el concepto suicidio asistido). Que sea él/ella el que cargue con la responsabilidad del hecho.
3. Sospechar del momento y del objetivo. Este caso concreto tienen lugar en los inicios de dos campañas electorales, con una puesta en escena muy cuidada, sin ningún cabo suelto y un día antes del último Consejo de Ministros. Automáticamente, la agenda pública cambia y, de hablar del “voto útil” y de los decretazos aprobados con el apoyo de los herederos de ETA, todos pasamos a hablar de la eutanasia. Curioso.
4. Ahora será por amor; mañana puede ser por necesidad. Con un país con una población cada vez más mayor, con una pirámide poblacional invertida y con unas perspectivas de crecimiento nada halagüeñas, cabe preguntarse si abrir la puerta a este tipo de cuestiones, podrían derivar en una “eugenesia por falta de recursos”. Ya son muchos los médicos que denuncian el discurso cada vez más general de “elijan a quién tratar porque no hay recursos para todos”.
5. Son muchos los que quieren morir. Pero son más los que quieren vivir. El tratamiento informativo y social que se está dando al debate de la eutanasia muestra una visión muy sesgada sobre el tema. Sobre todo porque no se están dando el mismo tiempo y espacio a todos aquellos que quieren vivir a pesar de las dificultades. Es necesaria una cobertura equilibrada y justa.
6. En compañía, sin dolor y con mucho amor. Hay gente que trabaja incansable para poner vida a las puertas de la muerte. Familiares, centros de atención, enfermeras, médicos, fisios, trabajadores sociales, personal de limpieza, cocineros, psicólogos, auxiliares… todos volcados en que, hasta el último aliento, merezca la pena ser vivido. En compañía, sin dolor y con mucho amor, que es lo que muchas veces hace falta.
7. No nos abandonan. Siguiendo con la idea de que hay muchos centros especializados y profesionales dedicados en cuerpo y alma a hacer lo mejor posible en el final de la vida de la gente, también hay que reconocer que en los hospitales generales no buscan que muramos sufriendo. El ensañamiento terapéutico no es una práctica habitual. Nuestros facultativos no son bestias sin corazón y no se debería caer en la tentación de pensar que el único final digno y sereno es la eutanasia.
8. Necesitamos historias de vida. De entrega, de amor, de gente valiente dispuesta a dar su vida por los demás. Necesitamos crear círculos virtuosos en torno a la atención de las personas en los momentos más delicados de su vida. Cuando surgen estas noticias, aparecen muchas historias tan tristes como reales. Pero insisto en la necesidad de dar espacio también a la vida. Hace unos días, Juan Manuel de Prada pedía una cobertura informativa dedicada a la gente que quiere vivir porque, todas estas nubes mediáticas tristes y negras son una losa incluso para aquellos que se aferran a la vida a pesar de las circunstancias.
9. Cuidar con paliativos. Quizá desconozcamos su existencia o en que consisten; quizá falta formación en las universidades y en los hospitales, pero paliar el dolor y el sufrimiento debería ser una prioridad.