Publicado el 16 enero, 2019 por El sónar
Siempre que la izquierda pierde un terreno que consideraba conquistado, se desencadena también un terremoto semántico. Las mismas actitudes que la izquierda adoptó al llegar al gobierno pasan a calificarse de otro modo cuando es el contrincante el que ocupa el poder. El fenómeno ha vuelto a repetirse con el cambio político en Andalucía, aunque esta manipulación lingüística se utiliza en otros muchos terrenos.
Llega la izquierda al gobierno y coloca a sus compañeros y compañeras no ya solo en los puestos políticos de confianza, sino en todo ente donde el gobierno tenga capacidad de influencia, por ejemplo, RTVE. Esto es “renovación”, cambio indispensable para adecuar la acción pública a lo que ahora exige la ciudadanía. La derecha llega al poder en Andalucía, y amenaza cambiar o suprimir los muchos entes parapúblicos (vulgo “chiringuitos”) creados al amparo de 36 años de predominio y mangoneo socialista. Pues enseguida se denuncia la “caza de brujas”, el desmantelamiento de lo público y la persecución de destacados expertos y honrados profesionales.
El rechazo del diálogo político y el inmovilismo en las propias posiciones recibe también distintos calificativos según de dónde venga. Si se trata del adversario, es un fundamentalista, un ultra (ultraderechista, ultracatólico, ultraconservador…); si se trata de gente de mi campo, “ni un paso atrás”, no hay nada que discutir, cualquier concesión sería un peligroso abandono de derechos. Es más, aunque se predica que la democracia es universal e inclusiva, ahora se considera urgente establecer un “cordón sanitario” contra la extrema derecha, aunque uno haya pactado sin rubor con la extrema izquierda. Aparte de incongruente, esto de los “cordones sanitarios” suele ser bastante inútil, pues de poco sirve ponerse digno y mirar hacia otra parte en lugar de discutir y poner de manifiesto el simplismo de algunas propuestas de los extremos.
Los modos de calificar a las personas y grupos sociales más volcados en el debate público son también distintos. Los de derechas suelen ser descalificados como “activistas”, término que sugiere intervención manipuladora y agresiva. Los de izquierdas son “militantes”, calificativo que indica dedicación comprometida y desinteresada a la causa, nada que ver con el “agitprop” de los tiempos comunistas. Por supuesto, los de derechas están al servicio de “lobbies”, mientras que los de izquierdas son la expresión de “movimientos” de la sociedad civil. Aun en estos tiempos de escaso compromiso político, es bien conocida la capacidad de invención de la izquierda para dar a luz asociaciones y siglas, que luego permitirán decir: “123 asociaciones se manifiestan contra…,”, aunque salga a cinco manifestantes por asociación.
Dependiendo también de lo que uno niegue, recibirá distinta etiqueta. Si niegas los beneficios de la globalización, eres un audaz “disidente”, una voz crítica que merece ser escuchada. Si simplemente eres escéptico respecto a algún dogma de la izquierda, es fácil pasar a ser un “negacionista”. Hasta hace poco el término se reservaba para los que contra toda evidencia histórica negaban el Holocausto; luego se ha aplicado a los que dudan de las previsiones apocalípticas del cambio climático, y últimamente también puede ser aplicado a los que no comulgan con la idea de que toda mujer sufre la violencia machista, tanto en Afganistán como en España. Es un modo práctico de clausurar un debate.
Porque no hay que olvidar que la izquierda habla siempre en nombre de “las mujeres”, de todas, incluso de las que no les votan. Discutir sus ideas y las de los grupos feministas que les apoyan (y que reciben sus subvenciones), es ir contra la mujer, querer recortar sus derechos. Aunque nadie pone en discusión que las mujeres tienen su propia autonomía para decidir sus ideas políticas, si apoyan ideas que a las feministas de izquierda no les gustan, dejan de ser mujeres de verdad. ¿En el grupo parlamentario de Vox hay cuatro mujeres de doce diputados? No importa, esos y esas solo pretenden que la mujer vuelva a estar “en casa, y con la pata quebrada”. Así que después de ironizar tanto sobre los tiempos en que el voto de la mujer lo decidía su marido, ahora algunas feministas se empeñan en marcar el voto de otras mujeres.
Ahora solo queda esperar a crear un clima de protesta ante las medidas que pueda adoptar un gobierno de derechas. Si aparecen reacciones negativas es señal de que el pueblo está en contra. Pero si se tratase de medidas de un gobierno de izquierdas, las críticas indicarían que esas medidas han hecho mella en un problema real, que escuece, y por lo tanto hay que mantenerlas.
Lo que puede cambiar al albur de los resultados electorales es el diccionario.