¿Por qué convivir antes de casarse no funciona?

por | 11 de febrero de 2019

Jorge Soley, 4.12.18

Probar algo antes de comprarlo es algo que todos deseamos. Y con mayor motivo si es una compra en la que invertimos una suma sustancial de recursos. ¿Y qué decir si hablamos de una decisión que va a marcar profundamente nuestra vida como es el caso de la elección de la persona con quien vamos a compartir toda nuestra vida? Parece que convivir con el candidato/a es algo de sentido común, un modo de asegurarse de que sus características son compatibles con las nuestras y asegurarse de que uno no se equivoca y elige bien al compañero/a de su vida.

Pues parecerá todo lo sensato que se quiera para la mentalidad actual, pero los estudios que analizan el impacto de la convivencia prematrimonial no dicen precisamente eso.

Existen numerosos estudios sobre esta cuestión que señalan que las parejas que conviven antes de casarse tienen una probabilidad de fracasar en su matrimonio mucho mayor que las que no lo hacen. El dato es incuestionable. La discusión aparece cuando se intenta explicar los motivos que dan pie a este hecho.

Algunos académicos hablan de un fenómeno de selección: las parejas que conviven antes del matrimonio ya eran, incluso antes de vivir juntas, más liberales en materia de costumbres, menos religiosas y más propensas al divorcio si su matrimonio se deteriora. Por lo tanto no debería causar sorpresa que estas personas fracasen en su matrimonio en mayor proporción.

Otros académicos hablan del tipo de experiencia que viven las parejas: quienes inician su convivencia como una relación no permanente y que puede romperse en cualquier momento no pueden librarse nunca de este origen. El paso al matrimonio parte de una relación de naturaleza informal que contamina la nueva situación, deja su impronta y hace más probable un fracaso matrimonial.

Una tercera explicación se basa en la fuerza de la inercia. Cuando una pareja está ya conviviendo es mucho más difícil romper el compromiso si alguna de las personas considera que la otra no es la persona con la que desea compartir su vida. Si acabar una relación puede ser un mal trago en un noviazgo tradicional, romper con quien llevas conviviendo largamente es mucho más difícil. De este modo, es frecuente, señalan quienes sostienen la importancia del factor inercia, que relaciones de convivencia frágiles acaban en un matrimonio con muchos números de fracasar, matrimonios que si no hubiera existido cohabitación no hubieran llegado a darse. En este caso, se ha llegado al matrimonio porque era la opción más fácil: en vez de terminar una relación cuando hubiera sido conveniente, esa ruptura es retrasada hasta que ya es insostenible, normalmente cuando ya se han casado, y con consecuencias mucho más trágicas.

Por supuesto que estas tres explicaciones no son mutuamente excluyentes y su peso puede variar, pero lo que queda claro es que el supuesto sentido común moderno que exige probar antes de comprar no funciona en el caso de la elección de la persona con la que vamos a compartir toda nuestra vida. El noviazgo tradicional se ha demostrado, con datos en la mano, mucho más sensato y eficaz para fundar un matrimonio duradero.