David Trueba Publicado en XL Semanal
No reparamos en ello, pero una de las grandes amenazas de la sociedad contemporánea es la sobrevaloración de la comodidad. Como un veneno que se inocula en nuestra sangre, a través de la promesa de comodidad vamos cediendo en las condiciones de vida. Nada hay más agradable que sentirse acogido en lo confortable. La sensación de libertad nos la dan esos mandos a distancia y objetos de rápida satisfacción que al alcance de la mano nos permiten evadirnos, alejarnos, saltear entre intereses, picotear de aquí y de allá. Pero no deja de ser una sensación. A menudo me preguntan por las plataformas televisivas que han surgido como setas. El éxito de estas tarifas planas de visionado de series nos quiere transmitir la sensación de que dominamos un expositor variado y rico. Desincentivados en la búsqueda, nos conformamos con su oferta, que puede que sea variada, pero no siempre es demasiado nutritiva. Sin embargo, en pago a la comodidad que nos dispensan a la hora de hacer uso de ellas, les correspondemos con el desinterés por todo lo que queda fuera. Cada vez hay más películas y series que ver fuera de esos contenedores y, sin embargo, cada vez son más invisibles.
Es solo un ejemplo de cómo funciona la comodidad. Usted túmbese, nosotros haremos el resto. Creo que todas las personas perseguimos lo cómodo, y las grandes inteligencias empresariales de nuestro tiempo se han dado cuenta de ello. Si algo nos resulta cómodo, nos basta para renunciar a hacernos preguntas. Lo más flagrante es lo que está pasando con la intimidad de nuestros datos. Resulta chocante que en un momento de grandes indignaciones apenas haya nadie preocupado por el rastreo de sus movimientos. La idea de que alguien sabe qué páginas visitamos, qué escribimos, qué compramos, dónde viajamos y cómo nos comportamos no parece perturbarnos demasiado. ¿Por qué? Porque, mientras ese control sucede, nosotros disfrutamos de una enorme comodidad. Tenemos a golpe de clic la reserva de hotel, la compra del vuelo, el consumo a capricho, las relaciones personales, la interconexión laboral. Es habitual discutir sobre el drama que va a significar la quiebra del pequeño negocio en las grandes ciudades. Salvo a los que están afectados por la crisis, a los demás no nos resulta tan dramático. ¿Por qué? Pues porque las plataformas de venta a domicilio nos convencen con la comodidad. ¿Qué nos puede importar una librería menos, una bodega cerrada, una tienda de cercanía en quiebra si el producto que vende lo tenemos a la puerta de casa en horas?
Al desplazarse el producto hacia nosotros, y no nosotros hacia el producto, experimentamos una sensación de poder que me temo que es falsa. El diseño de la ciudad nos afecta de manera personal y, si los centros urbanos se vacían de sentido, lo que nos encontraremos son espacios públicos muy poco atrayentes, degradados y marginales. La consecuencia de ello será la pérdida de la calle, del tejido ciudadano, y la gravedad de esa desaparición la pagaremos de múltiples formas en el resto de nuestra vida. Pero todo perece frente a las ventajas de la comodidad. La concentración de poder económico en unas pocas manos posibilita que desde apenas cuatro o cinco lugares virtuales se nos controle y satisfaga en las necesidades diarias. Pero esa dependencia de auténticos monopolios también nos esclaviza, nos deja a su merced. Poco importa que los servicios empeoren, porque a cambio los manejamos desde casa.
Hemos acabado haciendo la tarea de los empleados bancarios, pero cuando tenemos una gestión fuera de lo ordinario nos topamos con que las sucursales son pocas, de un servicio lento y de una atención personal inexistente. Entonces surge la frustración. Lo mismo pasará con el transporte y la alimentación, donde la comodidad del servicio acaba por vaciar todas las demás condiciones de uso. No conozco a nadie que entre lo cómodo y lo incómodo elija lo segundo. Tendría que ser un masoquista o un necio. Pero deberíamos empezar a sospechar si tantas comodidades no resultan algo perversas, como una especie de seducción por lo fácil frente a lo complejo. La comodidad es un caballo de Troya moderno por el que se sientan en nuestro salón los grandes depredadores comerciales. Sin que repares en ello van laminando la libre elección, la pluralidad y la hermosa sorpresa de lo accidental.