Niños y niñas que lo han visto y hecho todo, a los que nada sorprende e interesa, porque todo lo tienen a un clic
Catherine L’Ecuyer
Publcado en El País 23 de febrero de 2017
¿Hemos matado la infancia? Vaya, que pregunta más exagerada. ¡Si están más que vivos esos niños! Les aburren las muñecas y no se conforman con el tradicional pilla, pilla. Mírales qué despejados, qué avanzados y “maduros” van, vestidos sexys, con esas poses sensuales, con tacones, peinados degradados, sujetadores acolchados e iPhone 6 en las manos. ¡Qué gracia nos hacen! ¡Qué monos son!
No es casualidad que los endocrinólogos advierten de una tendencia a la pubertad precoz, esa reducción de la infancia, que favorece un alargo de la adolescencia. Curioso que tengamos tanta prisa los padres por hacerles aterrizar cuanto antes en una etapa que tanto nos aterroriza. Curioso también que las fronteras generacionales sean cada vez más borrosas a lo largo de la vida, no solo en la infancia. Carolina Herrera decía hace poco que no hay nada que envejece más a una mujer que vestirse de joven. Y lo dice porque es actual. Qué lástima que pocos asumen la tercera edad como lo que es, algo bello y natural.
Todas las etapas de la vida son hermosas en sí, no lo son solo en relación con otras. ¿Cuándo entenderemos que el niño NO es un pequeño adulto inacabado? Es un ser, ciertamente en construcción, pero un ser en sí, con dignidad completa, no parcial. Porque la dignidad no depende de la capacidad intelectual, ni de la edad, ni de si uno “se porta bien”, o de la capacidad para reivindicarla. La dignidad es un hecho previo a la capacidad de pensar y de reflexionar sobre ella porque está íntimamente ligada a nuestra existencia. Tenemos dignidad por el mero hecho de existir, aunque nuestro modo de ser guste o no a las redes, a las modas o a los estándares de turno. Unos estándares cada vez más utilitaristas o descerebrados, cuando pretenden que nos diseñamos a nosotros mismos en contra de las leyes de la naturaleza. Sin mala fe, quizás por un desordenado y a veces inmaduro afán de “estar en la onda”, por miedo de ser tachados de “puritano”, o por confundir ignorancia con inocencia, hemos olvidado lo que es la frágil y maravillosa etapa de la infancia. No, no hemos matado la infancia. Cada día, sin darnos cuenta de ello, estamos aniquilándola. Y es tiempo que todo eso deje de hacer gracia y que empecemos a poner remedio a esa impune masacre.
Catherine L’Ecuyer es investigadora y divulgadora de temas relativos a la educación y autora de Educar en el asombro y de Educar en la realidad.