Publicado en La Gaceta por Enrique García-Máiquez
Una noticia impactante de las últimas semanas ha sido la constatación estadística de lo que todos sabíamos. Los sueldos han caído a plomo en los últimos veinte años. Mientras subía el nivel de vida y la presión fiscal. Lo que redunda en un empobrecimiento de las clases trabajadoras y medias que desmiente el mito del progreso. Si hiciésemos unos estudios sobre la calidad de vida de la familia media española desde mediados del siglo XX hasta ahora —si lo permitiese la ley de memoria histórica— nos llevaríamos las manos a la cabeza.
Todavía más inquietante, lo siguiente. El mismo día que salió mi artículo sobre el derrumbamiento salarial, publicaron las cifras del aborto en España. Que son espeluznantes, aunque nadie les eche demasiada cuenta. En España se abortan oficialmente al año 88.269, más de 240 vidas al día. Por un momento me dio rabia, con tantas vidas segadas, haber dedicado mi columna al vil metal, aunque sea en los honestos salarios. Hasta que, de pronto, atisbé que habría alguna relación recóndita entre un mercado que no paga suficientes salarios como para alimentar a los hijos de los trabajadores y una sociedad que ofrece medios para que esos mismos trabajadores puedan dejar de tener a los hijos que tendrían que alimentar con unos salarios dignos que ahora disponen de menos motivos para exigir.
Vivimos en medio de un puzle donde las piezas, aparentemente sueltas, si se sopesan, encajan. La emigración ilegal suple a los hijos que no se tienen, porque es un doble negocio redondo. Los padres que no llegan a serlo trabajan por menos salario, desposeídos de una razón superior para exigirlos dignos, y los que vienen de fuera (o a los que traen, mejor dicho, con el truco del efecto llamada) también trabajan por lo que les den, ya que vienen desarraigados y dispuestos a todo. Y dejando a sus países, además, desprotegidos y descapitalizados.
¿Sumamos la pieza de una formación insuficiente a los exiguos hijos de las clases medias y trabajadoras que sí han sorteado todas las barreras sociales, morales, económicas y abortistas, y han nacido?La nueva reforma educativa sube la apuesta por el adoctrinamiento frente a la formación. De nuevo se matan otros dos pájaros de un tiro. Se consolida un voto partidario del estado actual de cosas, por el lado del adoctrinamiento, y se reincide en los futuros sueldos precarios por el lado de la formación escamoteada. Siendo la llamada «cultura» parte de la formación en el espíritu generacional, el bono a los jóvenes mata ya tres pájaros de un tiro. Encandila a los recientes votantes, les insufla doctrina propia y recuerda a los creadores culturales quién les paga, por si acaso tienen veleidades de independencia.
Incluso las cesiones de soberanía parecen encajar en esos planes, en cuanto dejan a los trabajadores sin la última defensa política que podrían tener frente a los mercados globalizados.
Ojalá unos guionistas y unos productores talentosos y valientes que hicieran una serie al estilo de The Wire en que, temporada a temporada, fuesen conectando, tirando del hilo, todos los aspectos del mundo contemporáneo que parecen aislados, pero que responden a una estrategia (o elaborada o por confluencia espontánea de intereses poderosos, quién sabe). Lo importante sería reflejar cómo esos aspectos se refuerzan unos a otros en una dinámica que idéntica a la de los círculos viciosos. ¿Hemos de bajar los brazos, por tanto, rodeados y rendidos ante tanta sinergia? Lo contrario. Si todo confluye a un estado de cosas que no augura nada bueno, basta que nos opongamos a algo (al aborto, a la banalización de la cultura, a los salarios bajos, a la pésima política educativa, al desmembramiento de la nación, etc.) para que echemos arena en las ruedas dentadas de la maquinaria. Estaremos interrumpiendo la espiral. Ni siquiera hace falta que creamos que todo está relacionado ni muchos menos en ninguna teoría de la conspiración. Basta con que cada cual se enfrente al mal o al problema que más grave le parezca. Ese gesto creará beneficios en cadena. Puede que estemos cercados, pero eso nos anima a cortar por lo sano por donde sea, por donde más rabia nos dé, por donde más cerca nos pille. Romperemos el cerco. Cualquiera será una brecha perfecta, oportuna, inmejorable.