La Luna y las lagunas. Intelligent Design (IV)

por | 26 de abril de 2020

Publicado en Un cura físico 18 marzo

Pienso que todo el mundo sabe que la Luna nos ofrece siempre la misma cara. En efecto, miremos desde dónde miremos y, sobre todo, miremos cuando miremos, siempre vemos en nuestro amado satélite los mismos cráteres y las mismas planicies (llamadas océanos o mares). Evidentemente, a veces alguna parte de la luna permanece en sombras, produciendo las fases lunares, en función de su posición respecto al Sol. Pero el caso es que la Luna siempre «mira» a la Tierra con la misma cara. De hecho, hasta que logramos mandar una nave espacial hasta allá, no teníamos ni idea de como era por el otro lado… 

Bueno, pues no sé si te has parado a pensar en lo increíblemente asombroso que es ese hecho. Quiero decir: ten en cuenta que la Luna está girando entorno a sí misma (movimiento de rotación) y, simultáneamente, está girando en torno a la Tierra (movimiento de traslación). El hecho de que la Luna muestre siempre la misma cara, significa que la rotación y la traslación de la Luna ¡están perfectamente sincronizadas! 
Y, ojo: cuando digo perfectamente quiero decir perfectamente. Para que te hagas una idea, cierta marca de relojes –cuyo nombre empieza por ROL y termina por EX– presume (con razón) de que sus relojes miden el tiempo con un error inferior al 0,002%. Asombroso, ¿verdad? Eso quiere decir que, a lo largo de un año de funcionamiento ininterrumpido, cualquiera de sus relojes se ha atrasado, como mucho, cerca de seis minutos. O lo que es lo mismo, el desajuste máximo es de una hora cada diez años o cien horas cada milenio…

Pero la Luna, ahí donde la ves, lleva bastante más de un milenio sin desajustarse siquiera un poco. En efecto, gracias a las descripciones de los astrónomos chinos, sabemos que la cara de nuestro satélite lleva, por lo menos, cuatro mil años sin desajustarse… Es decir: la sincronización entre los dos movimientos de la Luna es más preciso (muchísimo más preciso) que el de un buen reloj…

Esta asombrosa precisión del baile sideral de la Luna no ha dejado de asombrar a los astrónomos de todos los tiempos. Tanto es así que el mismísimo Kepler no dudó en afirmar que la exactitud de ese movimiento era para él una de las pruebas más claras de la existencia de Dios: ¿quién si no un ser Omnipotente y Sabio, podía haber afinado con tan increíble precisión los movimientos de nuestro satélite?

Pero claro, las cosas no son así. En efecto, cuando algunos años después Newton propuso la ley de gravitación universal, demostró entre otras muchas cosas que la gravedad afecta a todos los cuerpos, planetas y estrellas incluidos (por eso se llama gravitación universal). Y la Luna, claro, no es una excepción… El caso es que con la ley de Newton en la mano, podemos ver que la sincronización de la Luna no se debe ni a una increíble casualidad ni a algún tipo de milagro extraordinario: la explicación es mucho más sencilla…

Resulta que la Luna, tan redondita como parece, no es uniforme: es más pesada por un lado que por el otro, y la cara que vemos es la que tiene más masa. Vamos, que no es que la Luna esté sincronizada: es simplemente que, por causa de la gravedad, mientras la Luna gira entorno a la Tierra, la cara más pesada queda siempre «hacia abajo», es decir, hacia la Tierra…

He contado esta pequeña anécdota científica por un motivo simple: el argumento de Kepler para demostrar la existencia de Dios a partir del movimiento de la Luna es un paradigma de lo que se ha llamado la falacia del God of the Gaps o el Dios de las lagunas (o Dios de los huecos o Dios tapa-agujeros, o como quieras llamarlo…). A lo largo de la historia de la ciencia, muchas personas han presentado argumentos para demostrar la existencia de Dios que se basan en lo que podríamos llamar las lagunas de la ciencia, es decir, aquellas cosas que los científico no saben explicar. En el caso de Kepler, la ciencia de su época no podía explicar la sincronización de la Luna y por eso nuestro astrónomo ve en ese hecho una intervención divina: como no tengo ni idea de por qué pasa esto, y no me creo que algo tan preciso sea simple casualidad, concluyo que lo ha hecho Dios. Y asunto solucionado. Como verás, se trata de utilizar como argumento lo que la ciencia ignora, y por eso a este tipo de argumentos se les llama, con razón, argumentos por ignorancia. 

Claro, esta forma de razonar tiene varios problemas. El primero de todos es que basta con que la ciencia avance un poco para que tu argumento acabe por tierra… Pero además, presentar a Dios como un ser que actúa «tapando los agujeros» de la naturaleza nos llevaría a un Dios que obra, al menos en cierto modo, sin respetar las leyes que Él mismo dictó… Triste dios sería ese. Pero sobre eso ya hablaremos en otra ocasión.

A lo que vamos: estrictamente hablando, si uno lo mira con detenimiento, el argumento que utilizan los promotores del Intelligent Design es, simple y llanamente, un argumento por ignorancia. Ellos lo niegan por activa y por pasiva, pero por mucho que insistan, no hay nada que hacer: todos los argumentos que presentan para intentar demostrar la existencia de un «diseño» en la naturaleza están basados en las cosas que la ciencia no sabe (y subrayo «sabe») explicar. Como la teoría de la evolución –dicen– no puede explicar la formación de tal o cual sistema, es necesario que lo haya hecho «algo» distinto a las leyes de la naturaleza. Pierden así de vista que una cosa es que la ciencia no sepa cómo explicar un fenómeno natural y otra muy distinta es que ese fenómeno no tenga explicación natural… Es decir: si mi sobrino Jaime no logra encontrar a sus hermanas Rocío y Laura cuando juegan al escondite, eso no significa (afortunadamente) que mis sobrinas no existan…

Por mucho que les pese a los promotores del Intelligent Design, su forma de argumentar siempre tendrá ese problema: al fundamentar sus argumentos en las lagunas de la ciencia, sus razonamientos nunca podrán ser válidos. No puedes basar una argumentación en tu propia ignorancia y decir que eso es ciencia, como ellos declaran. La ciencia avanza a base de descubrimientos: ante una cosa desconocida, el científico debe seguir investigando, no «tirar por la calle del medio». Otra cosa distinta es que el científico, tras estudiar el problema, llegue a la conclusión de que algo es imposible según las leyes de la ciencia (por ejemplo: es imposible enfriar algo sin gastar energía). Pero eso sí es una conclusión científica… Decir que lo que no sé explicar no tiene explicación es un truco lógico. Y, aunque no lo quieran aceptar, los del movimiento Intelligent Design utilizan con frecuencia esa falacia. Al menos en los libros que yo he leído, claro.