26.jul.2018 The Chronicle of Higher Education
Los nuevos modelos de conocimiento exigen que científicos y humanistas trabajen juntos, explican dos expertos, para quienes el mito de las “dos culturas” es inadecuado y perjudicial para el progreso. En realidad, las humanidades son también prácticas, y las ciencias, contemplativas.
No parece que ni la continua reivindicación de las humanidades, ni su introducción en muchos planes de estudios universitarios, haya servido para suavizar el supuesto conflicto entre “letras” y ciencias”, que, según la conocida tesis de C.P. Snow, habría generado dos modos de saber antitéticos que la inclinación del hombre por el progreso científico-técnico se habría encargado de agudizar.
Pero, como apuntan Jennifer Summit y Blakey Vermuele, autores de Action versus Contemplation: Why an Ancient Debate Still Matters (University Chicago Press, 2017), constituye en cierta manera un tópico artificial suponer que hay una divergencia insuperable entre el saber aplicado propio de las ciencias y el conocimiento improductivo o “inútil” de las letras.
Según explican los mismos autores en The ‘Two Cultures’ Fallacy, un artículo publicado en The Chronicle of Higher Education (1-07-2018), mientras se mantenga incuestionada esa distinción, tanto la polarización entre ambos campos del saber como el debate sobre cuál de los dos es más importante para el hombre terminará prolongándose indefinidamente.
En su opinión, los estereotipos construidos sobre la aparente oposición entre las disciplinas científico-técnicas y las humanísticas tienen el peligro “de desviarnos de un tema mucho más importante y urgente, a saber, la misión y finalidad de los estudios universitarios”. El problema hoy no es, pues, cómo recuperar “el prestigio de determinadas disciplinas, sino de qué forma se pueden unir mejor las diversas ramas del saber para proporcionar a los estudiantes un conocimiento más integrado”.
Humanidades prácticas y ciencias contemplativas
Tradicionalmente, se ha supuesto que la preferencia moderna por la “vida activa” y las ventajas técnicas que resultaban del saber aplicado benefició a las ciencias naturales y las situó en una posición de superioridad frente a las ciencias humanas, centradas en la futilidad contemplativa. Pero, por paradójico que pueda parecer, recuerdan Summit y Vermuele, para los humanistas del Renacimiento las letras poseían un evidente sentido práctico.
Durante la primera fase de la Edad Moderna, eran la historia, la literatura o la retórica las que proporcionaban un saber valioso y contribuían al progreso y mejora social, mientras que las ciencias se relacionaban con el saber desinteresado, sin apenas relevancia práctica.
“Sorprendentemente —explican estos autores—, el ámbito que primero se vinculó con la vita activa fue el de las humanidades, cuya ‘utilidad’ y conveniencia para el ‘bien común’ las hizo indispensables para la formación de la nueva clase secular de burócratas. Mucho antes de que surgiera la ‘ciencia’, como conjunto específico de disciplinas, los studia humanitatis constituían ese modelo de saber útil del que con posterioridad se apropió la ciencia”.
En efecto, fue en el siglo XVII cuando se invirtieron los papeles y los eruditos comenzaron a reivindicar los beneficios sociales y técnicos del saber empírico-natural. Finalmente, durante la primera mitad del siglo XX, “las humanidades quedaron establecidas como el ámbito propio de lo humano en contraste con el campo deshumanizado de las ciencias”.
Una dicotomía hoy inválida
Pero, ¿resulta adecuado seguir manteniendo esta dualidad? La opinión de estos profesores es que no, ya que, de un lado, determinadas disciplinas científicas han contribuido, y siguen contribuyendo, a mejorar nuestra comprensión del hombre, lo que es decisivo también para las humanidades.
Por otro lado, se ha perdido un rasgo propio de los primeros humanistas, cuyos intereses enciclopédicos hacían ridícula cualquier forma de especialización, y que, si se caracterizaban por algo, era por “por resaltar la necesaria conexión” entre las distintas esferas de conocimiento.
Para los autores de Action versus Contemplation, insistir en la contraposición entre ciencias y letras, e incluso enfatizar la peculiaridad de estas últimas, como hacen algunos de sus valedores actuales, como Nuccio Ordine, no es tampoco una estrategia eficaz para recuperar el prestigio perdido por las carreras humanísticas. Puede llegar hasta ser perjudicial, de la misma manera que resulta claramente nociva la obstinación con la que algunos científicos anteponen las ventajas prácticas de sus disciplinas y relegan sus fundamentos teóricos.
Favorecer la interdisciplinariedad
Además, la división entre saber teórico y saber práctico, entre vida contemplativa y vida activa, no tiene reflejo en el estado actual de la ciencia. Si en el siglo XX, lo habitual era acentuar el contraste entre ciencias y humanidades, Summit y Vermuele creen que ha llegado el momento de superar ese enfoque y resaltar la complementariedad entre unas y otras.
Los nuevos campos del saber, señalan, “incorporan cada vez más conocimientos pertenecientes a diferentes disciplinas, y nacen de ese modo nuevas líneas de investigación, como la bioética (que combina biología y filosofía) o las humanidades digitales (que integra filosofía, neurociencia y, cada vez con mayor frecuencia, ciencias de la computación)”, entre otras.
Esos nuevos campos interdisciplinares exigen también “nuevas formas de enseñanza y aprendizaje” y superar, por tanto, el paradigma actual basado en la especialización. En lugar de reforzar las fronteras disciplinarias, “debemos aceptar que la ‘imaginación’ y la ‘humanidad’ no son menos importantes para el trabajo y la sociedad que los ‘hechos’ o las ‘máquinas’. Es tiempo de que humanistas y científicos (…) superen las divisiones de conocimientos, culturas y valores que los separan”, concluyen.