Ignacio Aréchaga
La prensa recoge a diario predicciones de los llamados expertos. Es natural. Se supone que han estudiado a fondo un tema y tienen opiniones sólidas. Lo sorprendente es que algunos sigan siendo “expertos” a pesar de que sus previsiones hayan fallado estrepitosa y repetidamente.Un caso singular es el de Paul Ehrlich, biólogo de la Universidad de Stanford, que lleva cincuenta años advirtiéndonos del inminente colapso del planeta por el exceso de población. En 1968 publicó con su mujer Ann The Population Bomb, libro en el que aseguraba que “la batalla para alimentar a toda la humanidad está perdida”; en los años 70 morirían centenares de millones por hambre; la India estaba condenada y no valía la pena proporcionarle ayuda; en la propia América la esperanza de vida caería a los 42 años por efecto de los pesticidas y la contaminación atmosférica; la escasez haría que el precio de las materias primas se disparara… Había que generalizar el control de natalidad en EE.UU., “con un sistema de incentivos y penalizaciones, pero si el método voluntario falla, habrá que recurrir a la coerción”.
El libro de Ehrlich fue un bombazo, vendió tres millones de ejemplares –lo que a él le habrá ayudado a comer– y se convirtió en la biblia de los predicadores del control de la natalidad, por las buenas o por las malas.
Cuando Ehrlich hacía estas profecías la población mundial era 3.550 millones y crecía a un ritmo del 2,09% anual; ahora somos 7.630 millones, con un crecimiento del 1,09% y los indicadores básicos del bienestar humano han ido a mejor, como reconoce la ONU en los Objetivos del Desarrollo del Milenio. La “revolución verde” en la agricultura anuló el supuesto porvenir de hambre, y países como China e India, que según Ehrlich eran casos perdidos, se han convertido en economías poderosas.
Lo que Ehrlich siempre pierde de vista en sus predicciones es que un nuevo hombre no es solo una boca más que alimentar, sino también unos brazos para producir y una cabeza para pensar. Y la creatividad humana ha conseguido hasta ahora descubrir nuevos recursos, aprovecharlos mejor y adaptarse a las circunstancias para poner al alcance de muchos unos bienes que antes eran privilegio de unos pocos. Esta creatividad es un recurso inagotable, El último recurso, título de un libro del economista Julian Simon en el que contestaba a Ehrlich.
Lo único que no ha cambiado en este medio siglo es el pesimismo de Ehrlich. En recientes declaraciones a The Guardian, pronostica un “colapso de civilización” en las próximas décadas. Los culpables son el crecimiento de la población y el aumento del consumo per cápita, que están destruyendo el mundo natural. Nos aproximamos hacia la “sexta extinción en masa de la biodiversidad”.
¿Pero no se equivocó ya con The Population Bomb? Ehrlich es muy indulgente con sus propios errores. Sí, el libro tenía fallos, pero era básicamente correcto y contribuyó a provocar un debate necesario. Es como si un pirómano adujera que el fuego ayudó a mejorar la competencia de los bomberos.
Su idea de los remedios tampoco ha cambiado. Se trata de poner la contracepción y el aborto a disposición de todas las mujeres junto con la igualdad de derechos y de oportunidades. Pero quizá haría falta convencerlas como fuera, tal como proponía en The Population Bomb. Ya que Ehrlich piensa que el tamaño óptimo de la población mundial es de 1.500 a 2.000 millones de habitantes, debería explicar cómo piensa dar marcha atrás.
En este medio siglo, los anuncios apocalípticos de Ehrlich se han prodigado en otros títulos como El fin de la abundancia (1975), Extinción (1981), La explosión de la población (1990), Un mundo herido (1997)… Lo más curioso es que a sus 86 años Ehrlich es un superviviente de todas las catástrofes inminentes que ha anunciado. Así que es un alivio que ahora avise de la inminente sexta extinción de la biodiversidad, pues es casi una garantía de que no se producirá.
Pero el biólogo de Stanford no solo ha sobrevivido, sino que ha mantenido su prestigio de “experto” en cuestiones de población. Si fuera un telepredicador que hubiera profetizado ya varias fechas del fin del mundo, estaría desacreditado hace tiempo. Pero se ve que el género apocalíptico en asuntos demográficos es muy sostenible