IGNACIO ARÉCHAGA 29-08-2016
En el reality veraniego del burkini hemos visto a gendarmes franceses amonestando y amenazando con multas a portadoras del traje completo de baño: “¡Haga el favor de descubrirse!”. Los gendarmes de la laica Francia se han dedicado así a tareas de vigilancia del atuendo femenino, igual que la Policía de la Moral iraní persigue con celo que las mujeres lleven el velo bien colocado, la manga larga y el maquillaje discreto.
En ambos casos se trata de velar por las buenas costumbres. Lo que cambia es qué se entiende por buenas costumbres. En Francia, según el edicto del alcalde de Niza, “se prohíbe el acceso a las playas y a nadar a todas las personas que lleven trajes que no sean respetuosos con las buenas costumbres y el secularismo”.
Según parece, el secularismo y la laicidad son incompatibles con ciertos trajes de baño. El burkini no se considera un bañador más, dentro de la cambiante y a veces sorprendente moda femenina. Ha pasado a ser visto como un símbolo religioso ostentoso, una provocación intolerable, y más en estos tiempos en que Francia está en lucha con el islamismo radical. A juzgar por los motivos aducidos por algunos alcaldes, el burkini puede alterar el orden público.
Finalmente, el Consejo de Estado ha tenido que aclarar que lo que vulnera la libertad es la prohibición del burkini.
En realidad, según declaraciones de la inventora australiana del burkini, Aheda Zanetti, no se pretende manifestar ninguna creencia religiosa, sino utilizar un traje de baño que permita aunar el deporte y el pudor islámico. El pudor es una cuestión muy relativa, según las situaciones y las culturas. Pero para el laicismo rígido francés, el topless es indiferente y el burkini un escándalo público; las desnudeces varias son normales, pero el burkini es extremismo.
En último término, el escándalo no está en los centímetros de piel a cubierto, sino en el motivo. No creo que los gendarmes franceses persigan a la surfista que utiliza un traje de neopreno. Ni que el público se escandalice ante los trajes Speedos de nadadoras, que cubren más de lo que enseñan. Lo que no se entiende es que para algunas musulmanas el pudor tenga también sus exigencias peculiares, que a muchos nos parecen exageradas, pero en último término no molestas. Se ven tantos atuendos raros en las playas, que el burkini es solo uno más.
Y se ve que ha encontrado un nicho en el mundo de la moda. Mark & Spencer lo tiene en su colección desde hace tres años, y ha agotado las existencias, con una clientela no solo musulmana.
No hace falta que a uno le guste el burkini para tolerarlo. Si el motivo de los alcaldes franceses para prohibirlo es que el público pueda considerarlo una provocación, habría que preguntarse si otros modos de vestir no suscitan reacciones. Pero en otros casos lo que se defiende es la libertad de las mujeres para vestir como quieran, al margen de lo que puedan suscitar.
A la libertad por la prohibición
Hay que hacer muchos malabarismos dialécticos para justificar que se prohíbe el burkini como defensa de la libertad de las mujeres. Se da por supuesto que las musulmanas que lo llevan lo hacen por imposición de un hombre, como si no tuvieran voluntad ni autonomía. ¿Es esto un modo de respetarlas? Si el objetivo declarado es la emancipación de la mujer musulmana, habrá que empezar por respetar su propio modo de concebir la realización de la mujer, que no tiene por qué coincidir con los cánones del feminismo occidental.
Tampoco parece muy útil esta prohibición en nombre de la lucha contra el particularismo comunitario y a favor de la integración social. Es difícil crear un sentimiento de comunidad nacional cuando algunos sectores son excluidos por tener una idea particular sobre el traje de baño. Si los valores republicanos franceses son incompatibles con el burkini, dan la impresión de ser bastante estrechos. Y, desde luego, no se va a lograr una mayor integración social de las musulmanas piadosas si se las impide ir a nadar. Más bien será un modo de recluirlas en casa.
Quizá podríamos aplicar al burkini esa tolerancia tan amplia que tenemos con otras costumbres minoritarias. En las piscinas públicas de Madrid el Ayuntamiento ha impuesto este verano “el día sin bañador”, quizá para familiarizar al público general con la práctica nudista, que sin duda molesta a muchos. A lo mejor pronto alguien pedirá “el día con burkini”, para atender a todas las sensibilidades. ¿No estamos a favor de la diversidad y de la inclusión?