Pornografía infantil
Juan Manuel de Prada 26 abril 2016
Asomaba el otro día una noticia sobre el desmantelamiento de una red (¡otra más!) de pornografía infantil que intercambiaba a través del guasá imágenes en las que niños de muy corta edad, casi bebés, son sometidos a abusos y torturas aberrantes. Pero todo freno policial, por eficaz y disuasorio que sea, se revela inútil si no lo precede un freno moral: las sociedades sanas robustecen los frenos morales que inhiben las conductas criminales; las sociedades podridas debilitan tales frenos morales y, una vez que todos los demonios del crimen han sido liberados, se dedican a perseguirlos. Resulta muy sintomático que aceptemos con naturalidad, por ejemplo, que en Estados Unidos se perpetran matanzas porque allí las armas se han convertido en una mercancía que cualquiera puede adquirir fácilmente; y que, en cambio, rechacemos que en nuestra época abundan los degenerados sexuales porque padecemos una invasión de sensualismo y pornografía accesible a golpe de tecla o de pantalla táctil. No olvidemos que el presidente del Partido Popular europeo ha proclamado con orgullo que el acceso libre a la pornografía es uno de los mayores logros de la Unión Europea.
Pero esta invasión de sensualismo y pornografía no es una conquista de la libertad humana, sino una forma atroz de sumisión a los instintos más esclavizantes. El naturalismo instintivo, hoy convertido en ideología, pretende que la sexualidad humana es benéfica y multiforme, y que nada hay de malo en someterla a constantes estímulos. Pero lo cierto es que la sexualidad humana es como el agua: benéfica cuando se encauza; destructiva cuando los cauces se desbordan y se rompen los diques. Una sexualidad sometida a constantes estímulos morbosos destruye nuestra humanidad y nos convierte en esclavos de nuestros instintos. Pero, cuando se liberan, los instintos humanos -a diferencia de los instintos del animal- no se satisfacen con la mera repetición, por la sencilla razón de que el hombre, a diferencia del animal, es un ser imaginativo y un buscador de novedades. Un hombre entregado al sensualismo desatado necesita imaginar variantes que traigan novedad a su hastío. Y así, el consumidor de pornografía convencional acabará consumiendo pornografía alternativa, hasta que llega el día en que desea también consumir pornografía en la que aparezcan niños.
Chesterton ya nos lo advertía: “El mundo se ha teñido de pasiones peligrosas y rápidamente putrescentes; de pasiones naturales convertidas en pasiones contra natura. Así el efecto de tratar la sexualidad como cosa inocente y natural es que todas las demás cosas inocentes y naturales se empapan y manchan de sexualidad. Porque no se puede conceder a la sexualidad una mera igualdad con emociones o experiencias elementales como el comer o el dormir. En el momento en que deja de ser sierva se convierte en tirana”. Cuando la sexualidad se desembrida se convierte en una pasión putrescente, ansiosa de conquistar nuevas perversidades; y no debe extrañarnos que, después de probar todos los sabores, quiera hincarle el diente a la fruta prohibida de la infancia. La pornografía infantil no es expresión, como se pretende, de una perturbación que aflige a cuatro monstruos; es fruto del clima moral creado por una ideología criminal que ha impuesto el naturalismo instintivo como forma de plenitud y que considera que el acceso libre a la pornografía es una de las grandes conquistas humanas. Estas pasiones putrescentes sólo se podrán combatir mediante frenos morales efectivos e impidiendo el acceso a la pornografía. Exactamente lo contrario de lo que nuestra época postula, para sostener el andamiaje de su tiranía.
Sextorsión
Juan Manuel de Prada. XL Semanal
Un reportaje de Informe semanal me descubre la existencia de unas redes de extorsión que se dedican a echar el lazo a primos que se masturban ante el ordenador. El timo, al parecer, exige que el pajero se exhiba ante su webcam, mientras se sacude el manubrio, para que la señorita zalamera que lo incita pueda grabarlo; y, una vez rematada la faena, la señorita en cuestión (tal vez un macho pirulo con peluca) manda al primo un guasá, advirtiéndole que ha sido grabado y que, si no paga al instante tal cantidad, el video será enviado a sus allegados. En el reportaje, sin embargo, se lanzaba un mensaje de tranquilidad a la audiencia, anunciando que ya existe en la Policía española una unidad encargada de proteger a los internautas pajeros de estas extorsiones. Me sorprendió que se anunciara tan alegremente la creación de esta unidad en un país de alimañas donde, por ejemplo, hubo gente que protestó airadamente cuando un misionero español fue evacuado de Sierra Leona, para poder recibir en España tratamiento contra el ébola. Pero vivimos en una época que considera más indignante sufragar con dinero público la repatriación de un enfermo grave que crear una unidad policial encargada de evitar que los internautas pajeros sean extorsionados.
Esta paradoja vuelve a probarnos que la inmoralidad primeramente aspira a convertirse en un uso socialmente admitido, para reclamar después amparo legal y por último exigir que la moralidad sea arrinconada como conducta indeseable. Es un camino de ida y vuelta inevitable, porque la inmoralidad, una vez que logra ser admitida en sociedad, anhela que nadie la señale como lo que es; lo que, a la larga, exige proscribir la conducta de los hombres morales, que poco a poco se va tornando odiosa. Por el momento, quienes utilizan su ordenador para conectar con señoritas a través de su webcam ya han conseguido que una unidad policial los proteja contra posibles extorsionadores; y, paralelamente, los reclamos publicitarios que incitan a los usuarios de interné a imitar a los pajeros protegidos policialmente son cada vez mayores. Se calcula que más de un treinta por ciento de las páginas de interné que diariamente se visitan en todo el mundo son de naturaleza pornográfica; y en este porcentaje no se incluyen las numerosísimas páginas que ofrecen enlaces y publicidad de esta índole, todas ellas de manera perfectamente legal, ni las ‘agencias de contactos’ que incitan alegremente al adulterio. Aquí siempre el fariseo asegura que «nadie nos obliga a mirar pornografía en interné»; pero se trata de un sofisma del tamaño de un castillo, pues lo cierto es que la pornografía y las incitaciones sexuales en interné son omnipresentes; y pretender que quien mira pornografía en interné lo hace «libremente» es tan cínico como afirmar que el señor que vive encerrado en una tienda de dulces es diabético porque quiere.
El reportaje de Informe semanal me resultó perturbador, sobre todo, porque se dedicaba a desenmascarar una lacra menor (las redes de extorsiones de pajeros) a costa de ocultar unas lacras infinitamente mayores, cuales son la adicción compulsiva a la pornografía o la plaga de adulterios virtuales que interné ha desatado en apenas un par de décadas. Sobre esta cuestión se calla de manera oprobiosa: los que mandan porque, además de enriquecerse con la pornografía, saben que su consumo es uno de los métodos de control y sometimiento social más baratos y eficaces jamás inventados; los que no mandan, pero creen hacerlo, porque la bandera de la liberación sexual es un caramelito venenoso al que no piensan renunciar tan fácilmente, pues les permite posar de desprejuiciados ante la galería (además de proporcionarles la caricia paternalista de los que mandan); y los que no mandamos nada (o sea, el grueso de la población) porque no soportamos que nuestras lacras sean señaladas como tales (pues nada hay tan humano como pretender que la propia enfermedad sea considerada inocua).
Pero la dura y triste realidad es que el consumo de pornografía en interné está generando adicciones y patologías cada vez más intrincadas y devastadoras. La dura y triste realidad es que la pornografía aniquila nuestra afectividad y nos incapacita para las relaciones sexuales sanas, llenándonos el alma de fantasías purulentas y tenebrosas que poco a poco infectan nuestra alma, destruyen infinidad de matrimonios y condenan a la angustia y a la soledad a millones de personas. Pero a esta forma mucho más pavorosa de ‘sextorsión’ jamás se dedicarán espacios en Informe semanal, ni se destinarán fondos públicos para su combate.