Lo menos que puede decirse de la diplomacia americana en el proceso de las “primaveras árabes” es que ha contribuido a traer más caos que democracia. Sin duda, era legítimo apoyar las rebeliones ciudadanas contra los dictadores que se perpetuaban en las naciones árabes. Pero no había que hacerse ilusiones sobre el rápido arraigo de la democracia en unos países donde cuentan sobre todo los clanes familiares y la identificación étnica y religiosa.
El balance muestra una región en bancarrota. En Egipto la dictadura de un general ha acabado sustituida por la de otro; Libia es un Estado fallido; en Siria la paz bajo la dictadura de Asad ha dado paso a una guerra interminable y a la huida masiva de refugiados; en Iraq y Siria el Estado islámico hace estragos y trastoca las fronteras, convirtiéndose en un imán para yihadistas europeos.
No es que todo esto sea culpa de la diplomacia americana. La región tiene suficientes fuerzas autodestructivas. Pero es claro que la acción occidental ha sido equivocada, tanto en sus ilusiones democratizadoras como en sus medios, al apoyar a grupos que han contribuido a hacer estallar un polvorín.
Los efectos perversos de esta diplomacia no son motivo para que Occidente se desentienda del esfuerzo para construir la paz en Oriente Medio. Pero sí debe llevar a una diplomacia menos arrogante y más cauta, que tenga en cuenta el contexto de la cultura local y las previsibles reacciones a interferencias ideológicas foráneas.
Este tipo de reacciones se están manifestando también en África, ante otra de las causas que el Departamento de Estado americano ha convertido en oficial: la normalización de la homosexualidad y la defensa de los derechos de los gais. Desde hace cuatro años, la Administración Obama ha movilizado para esta cruzada a sus diplomáticos y ONG afines, financiando a grupos LGTB y condicionando su ayuda al desarrollo a cambios legislativos en este asunto.
Hasta el propio Barack Obama se permitió, durante su visita a Kenia el pasado julio, aleccionar a sus huéspedes sobre los derechos de los homosexuales, cosa que no cayó bien. El presidente Keniatta le respondió que la gente de Kenia no está interesada en esto, que sus preocupaciones prioritarias eran otras.
Y es que cuando EE.UU. asume una nueva prioridad piensa que también el resto del mundo debe obsesionarse con ella. Pero en África su misión laica sobre los derechos de los gais puede estar haciendo más mal que bien, como reconoce un reportaje del New York Times siempre tan atento a la causa gay. El diario menciona que desde 2012, el gobierno americano ha dedicado más de 700 millones de dólares a financiar a los grupos pro gais en todo el mundo. De ellos, más de la mitad han ido al África subsahariana, lo que muestra la importancia del continente para la nueva política.
Todo esto va a contracorriente de la cultura africana. No es que en África no haya gais y lesbianas, pero es notorio que para la visión africana la homosexualidad contradice el sentido de la diferencia de sexos, el valor de la fecundidad y también la enseñanza bíblica. Por eso se considera que pone en riesgo el modo de pensar y de sentir de la sociedad africana. Estos sentimientos –también compartidos en otras partes del mundo– pueden gustar o no, pero hay que tenerlos en cuenta. Y más en una sociedad en la que no hay una correción política que amordace la expresión de lo que verdaderamente se piensa.
Si no se tiene en cuenta, el efecto rebote puede ser inesperado. Así está sucediendo en países como Nigeria y Uganda, donde la acción para impulsar los derechos de los gais ha provocado leyes más duras contra ellos. “Antes, estas personas (gais) llevaban una vida tranquila, y nadie les prestaba atención”, dice Stella Iwuagwu, directora del Centro para el derecho a la salud, en Lagos. “Mucha gente no tenía ni idea de que hubiera gente que fuera gay. Pero ahora lo saben y están indignados. Ahora oyen que los americanos están trayendo estos estilos de vida extranjeros. La ley les ha envalentonado”.
La ley a la que se refiere es la aprobada –por unanimidad– en 2013 en Nigeria. La ley establece que las relaciones homosexuales pueden ser castigadas hasta con 14 años de cárcel y considera un delito organizar cualquier tipo de manifestación pro gay. Tanto los defensores como los oponentes de los derechos de los gais piensan que la ley no existiría si no hubiera sido por la presión americana para que Nigeria abrazara esta causa. Se diría que el bombardeo ideológico americano está provocando daños colaterales entre los mismos que pretendía ayudar.
La indignación ha subido de tono en el continente al ver que EE.UU. condicionaba sus ayudas al desarrollo al “avance” de los derechos de los gais. Después de que el presidente de Uganda firmara el año pasado una dura legislación antigay, la Administración Obama recortó parte de las ayudas para la sanidad. Por la misma razón, las agencias católicas de beneficencia han dejado de solicitar ayudas del gobierno americano que iban ligadas a la promoción de la causa gay.
Muchos africanos ven en estas presiones de la diplomacia occidental un intento de “colonialismo ideológico”. “Igual que nosotros no tratamos de imponer nuestra cultura a nadie, esperamos también que los demás respeten la nuestra”, dice Theresa Okafor, nigeriana.
Los propios activistas africanos progais están distanciándose de la acción americana, y dicen que sería más eficaz y diplomático intentar cambiar progresivamente las actitudes sociales a través de un esfuerzo educativo.
Pero también esta labor educativa debería distinguir entre dos acciones. Una cosa es que nadie deba ser perseguido por sus inclinaciones sexuales, lo que es un derecho humano que debe ser defendido por los americanos y por todos. Y otra que se identifique como derecho cualquier pretensión de los movimientos gais, ya sea el matrimonio entre personas del mismo sexo, la adopción o los vientres de alquiler. Los africanos están viendo a donde ha llevado en Occidente las concesiones a la ideología de género, y no quieren seguir el mismo camino.