El problema del mal

por | 26 de diciembre de 2015

Este vídeo expone la visión del problema del mal desde un punto de vista cristiano. Es interesante para hacerse algunas preguntas:

  • ¿Hasta qué punto responde el cristianismo a la cuestión del mal?
  • ¿Es acertada la crítica de Nietzsche y Marx a la religión cuando consideran que los cristianos se consuelan sus sufrimientos con la invención de un mundo futuro mejor?

También puede consultarse la guía de preguntas que publican en Atrévete a Buscar.

¿Ha creado Dios el mal y el sufrimiento?

Dios es Bueno, inmensa e infinitamente Bueno. En cuanto Bueno, creó cosas buenas. Entonces, ¿dónde está el mal y de dónde proviene? ¿Cómo encaja el mal dentro de un universo creado y ordenado por Dios?

Quizá, antes de preguntarnos por el origen del mal, deberíamos preguntarnos por su naturaleza, es decir, ¿qué es el mal? Esto es lo que hace san Agustín, y llega a la conclusión de que el mal no es. El mal, explica, es la ausencia de bien. Y si el mal no es, ya no es preciso discurrir sobre la procedencia de algo que no es.

Si Dios no creado el mal, ¿de dónde procede?

Lo primero que hay que hacer es distinguir entre el mal moral y el mal físico, es decir, entre el mal causado por nosotros mismos y el mal cuya causa está en la naturaleza.

De manera que el origen del mal moral está en nuestra libertad, o, mejor dicho, en el mal uso que hacemos de nuestra libertad, y es, por tanto, responsabilidad nuestra. Aquí podemos hablar del terrorismo, de las guerras, del hambre en el mundo; y también del egoísmo, de la envidia, del odio, de la incomprensión, y de un larguísimo etcétera.

El origen inmediato del mal físico es la naturaleza. A veces de ciertos fenómenos naturales se deriva destrucción y sufrimiento. Dichos fenómenos naturales se derivan de las leyes físicas y son necesarios para que el universo físico mantenga su equilibrio. En sí mismos no podemos decir que sean malos.

Sin duda alguna, el mal más profundo es el que tiene su origen en el corazón del hombre. La prueba más evidente está en el hecho de que se puede sufrir y ser feliz. Sin embargo, no se puede ser malo y auténticamente feliz. La enfermedad, la muerte, las desgracias espantosas causadas por catástrofes naturales son, ciertamente, una fuente inagotable de sufrimientos. Pero el mal que tiene su origen en el odio, en la envidia, en la crueldad, ese mal que sale del corazón es lo que ahoga la vida del ser humano y lo que se hace más insoportable.

¿Podemos sacar algún bien del sufrimiento?

Hay quien sostiene que el mal y el sufrimiento son necesarios para que podamos madurar y para que podamos apreciar las cosas buenas de la vida. ¿Puede una persona que nunca ha sufrido alcanzar la madurez psíquica y emocional? El famoso escritor inglés C.S. Lewis sostiene en alguna de sus obras que el sufrimiento es como el cincel que utiliza Dios para irnos moldeando, para hacernos mejores (CS Lewis, El problema del dolor, Rialp, Madrid 1999).

En todos los tiempos y en todas las culturas encontramos proverbios que destacan el valor educativo del sufrimiento. Ciertamente, cuando alguien es capaz de enfrentarse al sufrimiento y de superarse, midiéndose con la dificultad, puede obtener algún beneficio de la prueba a la que se ha visto sometido.En este sentido se han pronunciado muchos hombres ilustres: “Hay cosas que no se ven como es debido hasta que las miran unos ojos que han llorado” (Luis Veuillot). “El hombre es un aprendiz, el dolor es su maestro, y nadie se conoce hasta que ha sufrido” (Alfred de Musset). “El hombre se mide cuando se mide con el obstáculo” (Sain-Exupéry).

Son frases bonitas, y tienen un punto de razón. Pero hay que reconocer que no producen ningún consuelo a quien se encuentra sumido en el sufrimiento. En todo caso, pueden ayudar a quien se ha enfrentado a la dificultad, al fracaso, al dolor, y lo ha superado.

¿Por qué Dios creó al hombre libre?

Preguntar por qué Dios no creó seres humanos sin libertad para pecar es como preguntar por qué no creó los círculos cuadrados. Un mundo sin libertad sería un mundo sin seres humanos. La libertad es algo que pertenece a nuestra esencia. No puede haber seres humanos sin libertad. Si Dios hubiera creado un mundo sin libertad, ese sería un mundo sin odio, pero también sin amor; un mundo sin pecado, y también sin virtud; un mundo sin sufrimiento, pero también un mundo sin alegría. Dios nos ha dado una voluntad libre para que podamos amar, a Él y a los demás hombres, porque sin libertad no puede haber amor, sólo puede haber necesidad. El amor, para ser tal, tiene que ser voluntario.

Claro que, al crearnos libres Dios corría el riesgo de que el hombre utilizara su libertad no para amarle, sino para apartarse de Él; no para hacer el bien, sino para hacer el mal. En ese sentido, podemos decir que el pecado es el precio del amor. Desde el momento en que Dios decide crear al ser humano, racional y libre, estaba asumiendo la posibilidad de que el hombre pecara. ¿Por qué? Porque, Dios es de tal modo bueno y poderoso que puede sacar bien del mismo mal.