Los eternos bienintencionados se esfuerzan en mostrarnos que el islam no tendría un carácter irreductiblemente agresivo y expansionista. Así, el escritor cristiano-árabe Amin Maalouf sostuvo que tanto el Antiguo Testamento como el Corán contienen pasajes que justifican la violencia y la conquista. Sería un accidente histórico que los musulmanes (cuya religión a fin de cuentas es seiscientos años más joven que el cristianismo) no hubieran evolucionado hacia actitudes más moderadas y pacíficas, al igual que habrían hecho los cristianos, sin necesidad de renegar de su fe.
Esta tesis parte como mínimo de una lectura muy descuidada u olvidadiza de los libros sagrados de las tres grandes religiones monoteístas. Es verdad que ya desde los tiempos de Moisés, los que se meten con los judíos o se interponen en su camino, acaban masacrados, sea por intervención directa de Yavé o al filo de la espada. Pero hay dos diferencias esenciales entre la Biblia y el Corán. La primera es que los judíos no pretenden conquistar el mundo, sino que desde el principio sólo aspiran a poseer la Tierra Prometida por Dios. No eran unos pacifistas, de acuerdo, pero tampoco eran imperialistas. Su expansionismo tenía límites geográficos concretos, que coincidían grosso modo con los que siguen defendiendo en nuestros días, en un territorio menor que la Comunidad Valenciana.
La otra diferencia, nada desdeñable, es que junto a los pasajes más belicistas e intolerantes, desde el Antiguo Testamento se insiste en el precepto de no maltratar ni oprimir al extranjero, “pues extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.” (Éx., 22, 20). Y en contra de lo que algunos podrían creer, el principio de amar al prójimo “como a ti mismo” no fue instituido por vez primera por Jesucristo, sino que se halla ya formulado en el Levítico (19, 18), aunque ahí el concepto de prójimo todavía se circunscriba a “los hijos de tu pueblo”. No hay duda de que en pasajes como estos y muchos otros se encuentra la semilla de una interpretación universalista y pacífica de las Escrituras, que eclosiona en los Evangelios.
Por el contrario, el Corán no ofrece lugar a interpretaciones caritativas. Es un libro que invita sin disimulos a conquistar el mundo a sangre y fuego, imponiendo la conversión forzosa y la sumisión de quienes permanezcan infieles. Por citar solo un pasaje, en Corán 9, 29 se llama a combatir contra quienes han recibido la Escritura (judíos y cristianos) pero no creen en la “religión verdadera” (la de Mahoma). “Luchad hasta que, humillados, paguen el tributo.” No hay límites teóricos al expansionismo islámico; no se ve por qué habría de detenerse antes de conquistar el planeta entero, aunque tenga claros sus objetivos más inmediatos, como España, los Balcanes o la India.
La Historia además desmiente el paralelismo entre una supuesta fase agresiva del cristianismo, que felizmente se habría superado, y la expansión inherente al islam. Los cristianos, en la Reconquista y en las Cruzadas, no hicieron más que reaccionar a las conquistas previas de los mahometanos. Si hace quinientos años Europa empezó a dominar la mayor parte del mundo mediante las armas, su técnica superior, su medicina y su cultura, no por ello impuso a la fuerza el cristianismo, sino a través del anuncio del Evangelio, acompañado de la alfabetización y la asistencia a los pobres y enfermos. La diferencia es crucial: el cristianismo anuncia y sirve, el islam somete. No por casualidad significa “sumisión”.
Los únicos imperialismos verdaderamente agresivos surgidos en el seno de Occidente fueron el marxismo y el nacionalsocialismo, ambos mortales enemigos del cristianismo, y derrotados el siglo pasado, aunque el primero siga incordiando todo lo que puede desde sus reductos caribeños y norcoreanano. En cambio, el islam, que es el totalitarismo expansivo (valga la redundancia) más antiguo, sigue siendo la amenaza que siempre fue, ahora agravada por la vulnerabilidad de unas sociedades que confunden tolerancia con relativismo, y confían bovinamente en que la libertad y la democracia se pueden defender sin disparar un solo tiro.
No se ve en el horizonte ninguna evolución del mundo musulmán hacia la moderación, sino más bien al contrario. Los velos y las barbas no han hecho sino aumentar en las últimas décadas. Nada hace prever una inversión de esta tendencia, a juzgar por su libro sagrado, la Historia y la sangrienta actualidad, tras los 129 asesinatos del viernes trece en París.
El islam, preciso es reconocerlo, va a ser mucho más difícil de derrotar que el nazismo y el comunismo. Tiene muchos más adeptos sinceros, y mucho más fanáticos. Es humanamente imposible que desaparezca. Lo único que podemos hacer es pasar a la ofensiva para obligarle a que se conforme con sus actuales límites geográficos, al menos durante un siglo o dos, hasta que vuelva a resurgir, y vuelta a empezar.
Pero el principal problema reside en nosotros mismos, los europeos, empeñados en seguir creyendo en el camelo de que el islam es una religión de paz y que los criminales que acribillan o revientan con explosivos a civiles inocentes, al grito deAllahu akbar, no tienen nada que ver con Mahoma.
Aquellos que repiten las necedades políticamente correctas, tratando de distinguir al islam de quienes lo aplican con todas sus consecuencias, suelen ser los mismos que sostenían y sostienen aún que el comunismo no era mala idea, y que en la Unión Soviética no se aplicó el “verdadero” socialismo. Por muchos millones de muertos que causara el marxismo, y pese a que hubiera miles de cabezas nucleares apuntando a las capitales europeas, los biempensantes progresistas nos prevenían en su día contra la “paranoia” anticomunista, y mostraban su equidistancia entre el capitalismo y el socialismo real.
Del mismo modo, por mucho que la mayoría de conflictos bélicos del mundo se registren en las fronteras del islam, esos mismos progresistas seguirán dándonos lecciones de ética contra la “xenofobia”, segurián repartiendo culpas entre los yijadistas y la OTAN, y seguirán comparando el terrorismo con el machismo o el cambio climático.
Pues bien, mientras tales imbéciles continúen empeñados en que cantemos Imagine de Lennon, que los niños dibujen palomas de la paz en la guardería y los adolescentes aprendan que el mal absoluto es el “neoliberalismo”, solo estaremos más cerca de perder definitivamente la guerra que los mahometanos libran contra nosotros, con mayores o menores altibajos y treguas, desde hace mil cuatrocientos años.