Con frecuencia Juan Manuel de Prada explica en sus artículos cómo nuestra época es especialista en poner “tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias”. Y es que en nuestros días en muchas ocasiones se alaban públicamente determinados comportamientos y actitudes, mientras que luego se censuran implacablemente los efectos que se derivan de esas conductas.
El último caso donde se ha comprobado este asunto ha tenido lugar esta semana, con la campaña del Ministerio de Igualdad acusando a Pablo Motos de machista. Desde la oficina de Irene Montero se ha lanzado un vídeo con muchas escenas del presentador de El Hormiguero realizando comentarios vulgares y gestos zafios a diversas mujeres que han pasado por el programa a lo largo de 15 años. Por supuesto, el periodista se ha defendido con inteligencia, mostrando cómo alguna de las escenas está tan sacada de contexto que difícilmente puede ser considerada machista.
Tanto Montero como Motos argumentan de la misma manera: escogen casos particulares y las presentan como si fueran la actitud habitual del presentador. Pero si se actuara siempre utilizando ese rasero, con mucho más motivo podría condenarse a Pablo Iglesias por poner un tweet sobre Mariló Montero diciendo que “la azotaría hasta que sangrara”. Y es que, si cogemos un momento de la vida de una persona y lo extrapolamos a toda la vida, podemos concluir casi cualquier cosa de una persona concreta. Si a esto sumamos que en la cultura “woke” que está difundiéndose no cabe el perdón ni la reconciliación, el mundo pronto se convertirá en un lugar de condenados irredentos enfadados para siempre.
Si nuestra sociedad promueve entre los jóvenes una educación sexual que banaliza las relaciones y fomenta una diversión que busca el sexo rápido, incluso con desconocidos, no puede quejarse de que haya multitud de gestos atrevidos que invadan la intimidad de otras personas para averiguar si se quiere iniciar algún tipo de flirteo.
* Imagen: ©Flickr de El Hormiguero.