Leyenda nueva y vieja

por | 18 de marzo de 2019


Carmen Posadas en XL Semanal 11/marzo/2019

La famosa leyenda negra surgió como consecuencia de la hegemonía española tras el descubrimiento de América e hizo tal fortuna que el resto de Europa llegó a creer que el español era un pueblo violento y sádico que se dedicaba a masacrar a indígenas y herejes; que su rey Felipe II estranguló con sus propias manos a su hijo el infante don Carlos y otras infinitas lindezas que se fueron repitiendo hasta perpetuarse no solo más allá de nuestras fronteras, sino también dentro, propiciadas por esa actitud tan española que consiste en tirar piedras contra el propio tejado. En los últimos años, diversos y rigurosos estudios han desmontado tan colosal sarta de patrañas, pero la sombra de aquella cruel leyenda es tan alargada que solo se precisan un par de nuevas mentiras para que renazca. Esto lo saben bien los independentistas catalanes, a quienes no les ha costado nada hacer creer al mundo entero que este es un país represor, que la Policía impidió a sangre y fuego que pacíficos ciudadanos pudieran ejercer su legítimo derecho al voto y que en España existen presos políticos por el único delito de ejercer su libertad de expresión. Así lo han puesto de relieve, impasible el ademán, los abogados defensores en el juicio del procés, y tampoco han dudado en poner al mundo por testigo de los atropellos cometidos contra sus defendidos. Unos defendidos que, según ellos, han sido tratados en la cárcel como terroristas, se les ha prohibido asistir a misa y se los ha sometido a toda clase de vejaciones. Para evitar más «desmanes de régimen tan opresor», se han ingeniado para que estuvieran presentes observadores internacionales que, si bien no han podido acceder a la sala como tales, sí lo han hecho entre el público y ahora están ahí para certificar que este país es una república bananera en la que no se respetan los derechos más elementales. Porque, como bien señaló uno de los fiscales de la causa, «el mundo independentista ha logrado construir un discurso amable: el del derecho a decidir; el de una república joven frente a una monarquía arcaica; el de la libertad de unos jóvenes que bajan por las ramblas con una bandera catalana en forma de capa frente a los furgones de la Policía». Frente a esta imagen entre romántica y épica está la realidad. Y esta es (y da sonrojo tener que recordarlo) que España es una democracia consolidada y aquí nadie pretende juzgar ni al independentismo y ni siquiera al proyecto independentista, sino unos hechos concretos que vulneran la ley. Porque, como también resaltó en su alegato el mismo fiscal, «el derecho de autodeterminación es una idea perfectamente legítima, pero siempre que se defienda por los cauces constitucionales». «… Y no con proclamas unilaterales de independencia», le faltó añadir, pero este ‘pequeño detalle’ es algo que los acusados y sus defensores se empeñan en obviar. Por lo visto, nunca se produjo semejante proclama. La vimos todos, fue televisada al mundo entero, pero nunca sucedió, abracadabra.

La leyenda negra y la hispanofobia se extendieron por la Europa del siglo XVI a tal velocidad que a los niños holandeses se los asustaba (y se los sigue asustando al día de hoy) diciendo: «Que viene el duque de Alba». ¿Contribuirá el juicio del procés a reeditar leyenda tan disparatada? A juzgar por el relato que compró la prensa extranjera después del referéndum ilegal, cabe pensar que sí. Porque –como apunta el ministro Borrell, que, con motivo del juicio al procés, ha intensificado la ofensiva diplomática para intentar contrarrestar los mensajes del independentismo–, «el secesionismo catalán no ha cosechado ni un solo apoyo institucional en todo el mundo, pero sus discursos hacen mella muy considerable en la opinión pública». «Sin embargo, no todo depende de las instituciones –añade él–. En un caso así, la actitud de la sociedad civil es fundamental». No caigamos, por favor, en esa tentación tan española de hablar de lo que hacemos mal para regodearnos y dar de paso altavoz y refrendo a quien propala mentiras. Exactamente igual que ocurrió en el siglo XVI, cabría añadir. Como la historia tiene la mala costumbre de repetirse, también entonces quien más contribuyó a alimentar la pira de la leyenda negra fueron autores españoles, empezando, quién lo diría, por el muy bien intencionado Bartolomé de las Casas