Información sin sabiduría

por | 5 de septiembre de 2018
El observatorio 24.jul.2018
Henry Kissinger ha publicado en The Atlantic una reflexión sobre la inteligencia artificial (IA), donde señala que procesar datos no es lo mismo que entender la realidad.

“La era de Internet en la que ya vivimos prefigura algunas de las cuestiones y problemas que la IA no hará sino complicar más”, escribe. “El objetivo de Internet es ratificar el conocimiento mediante la acumulación y manipulación de cada vez más datos. El conocer humano pierde su carácter personal. Los individuos se vuelven a los datos, y los datos mandan”.

“Los usuarios de Internet anteponen el obtener y manipular información a contextualizar o conceptualizar el significado que tiene. Rara vez preguntan a la historia o a la filosofía; por regla general, demandan información relevante para sus necesidades prácticas inmediatas. Mientras, los algoritmos de búsqueda adquieren la capacidad de predecir las preferencias de cada cliente, de modo que personalizan los resultados y los ponen a disposición de terceros con fines políticos o comerciales. La verdad se vuelve relativa. La información amenaza arrollar la sabiduría”.

“Inundados de opiniones por medio de las redes sociales, los usuarios son apartados de la introspección (…) se debilita la fortaleza que exige formar y mantener convicciones”. Como “el énfasis digital en la velocidad inhibe la reflexión, favorece el predominio del radical sobre el reflexivo”.

Falta de contexto

Ahora, la investigación en IA pretende conseguir una “inteligencia general” aplicable a diversos ámbitos. Entonces, habrá cada vez más actividad humana dirigida por algoritmos de IA. “Pero esos algoritmos, que son interpretaciones matemáticas de datos observados, no explican la realidad subyacente de donde salen”.

Por eso, el mayor peligro que encierra la IA no es quizá el imaginado por la ciencia-ficción: que se vuelva contra sus creadores. “Más probable es el peligro de que la IA malinterprete las instrucciones humanas a causa de su inherente falta de contexto”. Es lo que ha sucedido con Tay, un robot concebido para mantener conversaciones amigables que resultó racista, sexista e insultante, porque no fue capaz de interpretar bien los ejemplos de lenguaje natural con que se lo alimentó para que aprendiera.

La IA aportará logros muy beneficiosos en medicina, gestión de la energía y otros muchos campos que se prestan al procesamiento de datos para hallar pautas, hacer diagnósticos o elaborar predicciones, a base de crear modelos e intentar confirmarlos. Pero si la IA aprende de esa manera, y a velocidad exponencialmente creciente, “debemos esperar que acelere, también exponencialmente, el proceso de prueba y error con que suelen tomarse las decisiones humanas, y errar más rápido y a mayor escala que los humanos”.

En definitiva, concluye Kissinger, el término “inteligencia artificial” tal vez sea impropio. “Sin duda, esas máquinas pueden resolver problemas complejos, aparentemente abstractos que antes solo cedían al entendimiento humano. Pero en lo que no tienen rival no es pensar (…). Más bien, es memorizar y calcular con una potencia sin precedente. Por su inherente superioridad en esos ámbitos, la IA probablemente ganará cualquier juego que se le asigne. Ahora bien, para los fines que nos proponemos en cuanto humanos, en los juegos no se trata solo de ganar: se trata de pensar”.