Cinco experiencias filosóficas

por | 23 de diciembre de 2014

Cinco experiencias filosóficas. Miguel Santa Olalla.

Pese a que hasta nosotros llegue “transustanciada” en conceptos, la filosofía se gesta principalmente a partir de experiencias humanas. Algunas de ellas cotidianas y otras quizás un poco más “técnicas”, pero todas ellas compartidas y vividas por quienes disfrutan con el pensamiento. Ahí van cinco propuestas de experiencias características de la filosofía:

  1. El diálogo: puede surgir durante una clase, al finalizar una conferencia, o durante un paseo, pero el intercambio de ideas y argumentos es una de las vivencias más enriquecedoras de la filosofía. Cura del dogmatismo y fomenta una cierta tolerancia indispensable en las sociedades democráticas.
  2. La duda: la inseguridad ante el conocimiento, el interrogante como actitud vital, es algo que debiera acompañar a todos los que se acercan al mundo de las ideas. Ocurre ante tantas situaciones diarias: mantener una posición respecto a cualquier problema, siendo consciente de que también hay motivos para sostener otras muchas.
  3. El placer de la pregunta: los buenos filósofos lo son ante todo por su capacidad de plantear buenas preguntas. Lo hemos oído muchas veces y quienes jamás alcanzaremos esa categoría bien podemos conformarnos con el asombro de descubrir la inteligencia que late debajo de cada pregunta. Disfrutar en definitiva con las preguntas, sean propias o ajenas.
  4. La angustia ante la elección: es verdad que se trata quizás de una experiencia universal, muy anterior a la formulación del existencialismo, pero no menos cierto es que la contribución de la filosofía a su comprensión bien merece incluirla en la lista. Vivir sin saber cómo hemos de hacerlo o para qué. Quien alguna vez ha vivido esto se ha adentrado ya, sin saberlo, en el campo de la filosofía.
  5. La búsqueda: la propia etimología de la palabra filosofía nos remite al amor, que va de la mano siempre con una búsqueda. Amar la sabiduría es buscarla y, como ya apuntaba Platón, ser consciente de que posiblemente no se logrará alcanzar nunca de un modo completo.